viernes, 18 de junio de 2010

La contagiosa homosexulidad (II)

Tela para cortar, nos sobra... por eso voy a contribuir con mi tijera de sentido común (al menos el que a veces tengo), con el filo de quien escribe cuando tiene algo que expresar y cuando no también, con el mango bien agarrado de quien se indigna tanto consigo misma como con los demás, y con la libertad de expresión que me otorgan mis compañeros y algo que no deberíamos olvidar en estos tiempos: la democracia ensangrentada. Porque es un estado político, una institución que nos costó demasiado como para darse el lujo de andar diciendo por ahí que no tenemos libertad de prensa, etcétera. Ya sé, me fui de tema... aunque no estoy tan segura. Porque si legisladores como Chiche Duhalde, sectores de la Iglesia Católica, simples ciudadanos que saludamos todos los días pueden decir atrocidades, es que censura no hay.
Lo atroz no es pensar diferente, lo atroz es asumir como verdades consolidadas y probadas cosas que -aunque no les guste a mucho no son tales verdades- por ejemplo esa terrible afirmación de que no existió el Holocausto. Nada lejano a afirmar que la homosexualidad es una enfermedad. Podemos retorcernos de rabia escuchando a neonazis y antijudíos decir que Hitler se quedó corto, podemos mordernos la bronca escuchando a personas decir que no apoyan la homosexualidad, principalmente porque nadie puede pedir apoyo para algo que es mucho más que una causa y una bandera multicolor. Pero no podemos quedarnos callados ante la infamia. La negación de la historia es muhco más grave que ser de derecha o de izquierda. La negación del otro, que se esconde en la homofobia, es mucho más grave que decir "puto de mierda". Es doloroso, indignante, hasta repugnante que los seres humanos vayamos tras la superficie. Voy a ver si me explico bien: suponer que la homosexualidad es una enfermedad, suponer que con el matrimonio gay se degenera la familia, suponer, creer y estar absolutamente convencidos del mal que se le hace al mundo... pero no mirar hacia adentro, no mirarnos como hombres y mujeres que tenemos una vida, que somos otra cosa, somo un todo con sueños, miserias, ilusiones, decepciones, trabajos, estudios, desocupaciones, etc. Alguien le preguntaría a un heterosexual ¿por qué sos hetero? alguien le preguntaría a un padre heterosexual ¿por qué crió un hijo gay? no creo, ¿no?
Como dije, hay tanta tela para cortar, tantas preguntas ante insólitas voces que pregonan que la única vida perfecta es la de la familia "como Dios manda". Que yo recuerde, Dios manda amar, eso es lo que me enseñaron por años en una escuela católica y eso es lo que me enseña la religión que he elegido como compañía espiritual cuando fui creciendo. A esas personas que creen que Dios manda determinadas cosas, les cuento (y también para esa gente que sigue creyendo que los judíos son el mal de este mundo -y no hablo del Estado de Israel) que en el 2006 la religión ortodoxa judía declaró que la homosexualidad no es ninguna enfermedad y que abiertamente hay rabinos homosexuales, además, contempla el casamiento entre personas del mismo sexo. 
Pero, si me permiten, la cosa no viene de un solo lado. El otro día escuché por radio hablar a una chica, cuyo nombre no registré, que "al hablar de matrimonio gay no olvidemos que hablamos de amor, no sólo de cuestiones hereditarias" y me gustó que hiciera hincapié en eso. "Será que hablar de sentimientos es cosa de reaccionarios?" se preguntó una vez Ernesto Sábato. Que salga la nueva ley de matrimonio civil no va a cambiar el pensamiento arraigado de generaciones y generaciones, no va a hacer que los vecinos del registro civil salgan a aplaudir y tirar arroz, pero formará parte de una contribución a la solidez de la democracia, de la libertad (que aunque siempre restringida porque estamos en un sistema capitalista, estamos en democracia). 
Ser homosexual no es una bandera, una forma de vida, una música disco de los setenta, una postura forzada y buscada para demostrar que se es diferente. Ser homosexual es como ser heterosexual, la diferencia es que "Juan en vez de enamorarse de María se enamora de Pedro, y María se enamora de Juana". Todo lo demás son los mismos problemas que cualquiera tiene en la vida. Y si pensamos seriamente, todos sufrimos discriminaciones. ¿Qué nos pasa raza humana? suponiendo que fuese una enfermedad (y está más que claro que no lo es) qué tendría de malo, o qué, tengo que pensar que discrimimanos a las personas que tienen problemas de salud. Y, me dirán ustedes, acordate de Graciela Alfano. Por ejemplo.
Ahora bien, lo profundo no se mira. Un padre, tío, primo, tutor o encargado abusador o violador no se mira, un cura pederasta no se mira, los consumidores de pornografía infantil y de mujeres esclavas de la trata no se miran, porque seguramente son los hombres que constituyeron familias como dios manda. Los padres y madres que maltratan a sus hijos no se miran. Los heteros y gays que no se casan por amor, no se miran. 
Creo que la cosa puede cambiar el día que nos miremos todos como seres humanos, mujeres y hombres y quienes eligen ser diferentes aunque ni yo los entienda. Los que nacen Roberto y quieren llamarse Sofía... absolutamente todos, bien diferentes entre sí, somos iguales. Ese día llegará cuando ya no nos pregunten si somos homosexuales, llegará el día que nos preguntes simplemente si estamos enamoradas/os, llegará el día que no nos tengamos que definir por nuestra sexualidad. Me quedo, y los dejo de molestar por fin con la frase de "Agrado" en Todo sobre mi madre: "una es más auténtica cuanto más se acerca a lo que soñó de sí misma."

Noelia 

1 comentario:

Némesis dijo...

A eso se le llama escribir sabiendo lo que se quiere y diciendo lo que se siente. Hoy hay hormonas y neuronas revolucionadas, Ibáñez, no me lo va a negar. Bien ahí.

¡Que lo parió, don Inodoro!