domingo, 13 de junio de 2010

El extraño oficio de escribir

La Tierra ha recorrido cuatro veces su camino alrededor del Sol y de nuevo la pelota se ha echado a rodar. Los agoreros hablan de "pan y circo" (como si supieran en qué condiciones se acuñó esa frase) y dicen que el planeta se para por ver a veintidós tipos corriendo detrás de una pelota, pero como amante del deporte más hermoso del mundo no lo creo así. El mundo no se para, sólo hace un paréntesis y toma aire para seguir, se demora en las texturas, en los sonidos y en las experiencias que se van gestando en todo un mes. Y de paso... aprende cosas. Por ejemplo, que no hay que poner a un Verde AL ARCO.


Pero haciendo gracia de este cuarto intermedio nos permitimos compartir el uso del tiempo en otros menesteres, por ejemplo el de la lectura. Hoy, hace 136 años nacía Leopoldo Lugones, y por alguna razón que escapa a mi conocimiento, la SADE (Sociedad Argentina de Escritores, que él fundó) eligió esta fecha para celebrar el día del Escritor, como eligió la del nacimiento de Borges para el Día del Lector (estamos rodeados). Digo, pues todas nuestras fechas conmemorativas recuerdan la muerte y no la vida, en esa manía empecinada que tenemos de poner placas y valorar a la gente cuando ya no está.

El suplemento ADN Cultura de ayer usó casi todo su espacio para contarnos cómo escriben los que escriben. Sus manías, sus cábalas, esas cosas que hacen del escritor un ser extaño que camina entre nosotros, "a veinte centímetros del suelo" como los enamorados del Barrio de Flores.

Más allá de la literatura experimental, la mayoría de los autores entrevistados aseguran que en la era digital ya no se puede seguir escribiendo como si los lectores fueran inmutables. El lenguaje sigue atrapándonos con su necesidad de tiempo para realizarse, la velocidad de lectura no ha variado demasiado, pero lo que sí ha cambiado es la manera en que se lee: fragmentariamente, con hipervínculos, a saltos. Pasamos muchas más horas delante de un monitor (Pc, lectores digitales, etc.) que de un libro de papel y las generaciones jóvenes tienen tan incorporada esta manera de leer que el simple hecho de necesitar dar vuelta una página  provoca una pequeña perplejidad. No hay comandos "buscar", no hay modo "resumir".  Es casi una tarea del siglo XIX.

Y quizá la clave esté ahí. Educados en una cultura iluminista, escritores y lectores nos encontramos sintonizando frecuncias cruzadas. A veces la señal mejora y alcanzamos a percibirnos. Pero da la sensación de que hoy, la tarea del escritor es más solitaria que nunca, pues con todo a su alcance, con la inmediatez que lo urge, con la posibilidad de saber casi al instante lo que sus lectores piensan, la creación sigue siendo un acto de rebeldía y de voluntad, un salto al vacío que espera una respuesta.

Un acto de rebeldía que se escribe en las arenas cambiantes de lo efímero, que se pierde en la marea de las cosas que nadie leerá pero que sin embargo, tiene la valentía de arriesgarse.

Al escritor de alma y corazón (no a los que nos dedicamos a llenar páginas virtuals de blogs que no lee nadie), soldado de vanguardia de nuestra sociedad este remedo de agradecimiento.

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